MICRORRELATO
EL CASERO
Y de repente retumbó ese sonido tan espeluznante, ese estruendo que estalló en mi cabeza y que hizo que los pájaros que jugaban en ella alzaran el vuelo. Y es que yo ya no era un niña, yo ya no era irresponsable.
Y por fín me decidí, ya estaba delante de ese trozo de madera grande anclado a la pared. La abrí y le vi. Era él no había duda.
Durante unos segundos me quedé helada. Recorrí su cuerpo con la mirada de arriba abajo con una última esperanza de que al llegar a la cabeza no fuera quien esperaba.Sin embargo, aquello no ocurrió, al ver sus ojos ansiosos esperando una respuesta, me sentí desnuda, como un árbol en otoño. A pesar de que mi cara reflejaba mi respuesta, esos ojos seguían mirándome fijamente, sin compasión, sin escrúpulos, pisoteando la vergÜenza que en ese momento me invadía.
El sudor parecía un rio en mi piel, mis mejillas se tornaron en un rojo intenso. Empecé a notar como unas raices subían por mis piernas y mi cuerpo se empezaba a ensanchar, el protagonista era el color del infierno.
Y me quedé ahi, inmóvil, mirándole, pesando en las millones de cosas que tendría que estar imaginando al haberse encontrado a un tomate en la puerta.
Lydia Garcia Hita.
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